lunes, junio 02, 2008

AAA + misticismo sonoro + Bo


Access all areas. Consiste en tener un pase de prensa, hacer tu entrevista (a unos decrépitos Offspring) y quedarte en el backstage de artistas poniendo cara de haber nacido allí. Y entonces puedes aprovecharte de la barra libre, hacerte fotos como una adolescente, entrevistar por sorpresa a alguien cuando vas borracho, poner nervioso a Iggy Pop o comprobar la altura moral del famoseo local (Bardem presentando sus respetos a Fermín Muguruza). Luego vendrían las expulsiones, las cervezas a través de la valla a cambio de otras cosas y el concierto de RATM, del que mejor no hablo, qué puta locura: si estuviste allí ya sabes por qué, y si no, yo que tú no perdería un segundo y me compraría una entrada para verlos en alguno de los cuatro sitios donde tocan este verano. Mi cara de pepinillo junto a Zack de la Rocha tiene que ver con el pasmo que se siente al estar al lado de un tío con cuya imagen forraba mis carpetas y mis paredes hace 16 años.

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Una de las ventajas de viajar solo es que puedes volverte invisible. Lo descubrí hace poco. Basta con quedarse muy quieto, perder el enfoque visual, entrar en un estado meditativo y bajar las constantes vitales al mínimo, casi sin respirar, con el pulso de un comatoso. El lunes pasado, en una pequeña plaza de la medina de Casablanca, me senté en un bordillo y me volví invisible. Por un rato desparecí del frenesí marroquí de las cinco de la tarde: niños saliendo del colegio, vendedores de fruta, motos conducidas por maníacos, vagabundos, gatos famélicos... Y todos pasaban rozándome como si no estuviera allí. Hasta que, en un momento, alguien me miró a los ojos y volví a materializarme en ese lugar y en ese instante.
Casablanca tiene la mezquita más grande del mundo. Mientras estaba allí dentro, sentado, descalzo, el tiempo se paró. Un grupo de gente escuchaba a un imán y respondía con cánticos. De pronto, uno de ellos comenzó a cantar solo con la voz más bonita y vibrante del universo. El tono ascendía y bajaba bailando sobre una base monótona. Esa voz (la voz de Dios, como dice Omar Sosa de la de Dhafer Youssef), en un sitio con una acústica imposible (miles de metros cuadrados y una altura de techos descomunal), creó uno de los momentos más perfectos posibles. Fue como oir música por primera vez en mi vida. Os lo juro.

Feliz semana

PD: el viernes tocamos.

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(Edito)

Bo Diddley (30 de diciembre de 1928 - hoy...)